domingo, 27 de enero de 2008

La semanita en Cafayate

me sorprendió desde el primer momento: el sol, los verdes, los rojos, la gente, las calles, el silencio, las estrellas, todo tiene su propio brillo en esa maravillosa ciudad salteña.
Pasamos días inolvidables, con mi gran amiga, compañera de toda la vida, Lucía y su pequeña, Omayra. Tuvimos la dicha de conocer un tipazo, Alejandro Soto, padre de tres preciosos angelitos: Aurorita de 9, Wenceslao de 7 y Estanislao de 1 añito, como nuestra Omy. Fuimos a parar a su hostería, que todavía está en construcción, lo cual significó despertarse a diario a las 7, cuando empezaba a sonar el taladro de los obreros, limpiar el quincho que se inundaba después de las inusuales lluvias nocturnas, hacernos cargo en algunos momentos del pequeñito, alimentar a los perros en ausencia de Ale, que nos dejó como dueñas de casa 2 días, mientras ellos estaban visitando a Aurora madre en Salta capital; entre otras actividades atípicas para un turista, pero que particularmente me llenaron el alma. La verdad que no se me ocurre cómo explicar la sensación que tuve a diario, creo que el secreto está en las miradas y en las voces, los relatos de las personas con las que pude hacer contacto. Otra cosa atípica fue que decidimos hacer vida de lugareños, comer donde comen, comprar donde compran y esas cosas no? Muy bueno, se los recomiendo, háganlo siempre que puedan porque los ojos del turista clásico suelen estar empañados...

Quiero, de Jorge Bucay