miércoles, 14 de enero de 2009

En otro recorrido por mis cajones...

Hace algunos días, encontré una libreta de viaje que me acompañó durante mi última estadía en Alemania, entre Diciembre de 2006 y Marzo de 2007. Las notas me trasladaron inmediatemente hacia esos maravillosos momentos de mi vida, me conmovieron y me hicieron sentir ganas de intentarlo otra vez.
Me gustaría compartir con ustedes lo que escribí en mis últimos minutos, en el aeropuerto de Frankfurt:
"Hoy, 21 de marzo de 2007 estoy en Frankfurt, exactamente frente a la puerta B42 en el aeropuerto. Estoy sentada hace algo más que media hora en una sala de espera. Ahora siento frío otra vez pues ya estoy calmada. No puedo creer que este viaje se haya terminado. En poco más de un día voy a estar nuevamente en casa. Las cosas se ven más sencillas ahora. Creo que vivir lejos de mi familia todo este tiempo me ha regalado aún más independencia. La experiencia de estar sola en alguna ciudad completamente desconocida y saber que solo depende de uno mismo llegar al destino elegido nos hace sentir que podemos. Llegar al destino nos hace sentir aún mejor pues nos hemos logrado. Sentir que podemos lograr esas pequeñas cosas nos hace pensar en metas cada vez más importantes. Pensar en nuevos proyectos alimenta las ganas de seguir viviendo. Vivir en sí mismo nos hace sentir que debemos decir gracias. Agradecer nos hace notar que hasta los objetivos más insignificantes realizados con éxito tienen que ver con alguien más que nosotros mismos. Siempre hay alguien en tu camino que te ayuda a conseguir tus metas, aunque no lo notes, aunque no lo veas, aunque te des cuenta recién cuando te hace falta... Era en la B46!"
Hacía mucho tiempo que no me reía tanto como el día en que encontré estas notas, que por cierto, merecen una explicación: por la conmoción interna causada por la inminente partida de ese país que tantas satisfacciones me había dado, nunca advertí que mi vuelo había sido trasladado un par de puertas más allá sino hasta que la azafata me dijo con un tono amable, pero severo: "Sie fliegen nicht nach Dublin" (usted no viaja a Dublín) y yo la miré desconcertada hasta que segundos más tarde, su compañera, en un Español tarzánico me hizo entender que la puerta en la que estaba era la equivocada: Era en la B46!

jueves, 1 de enero de 2009

Un recorrido por mi vida universitaria

Ayer, último día del año, estuve ordenando mis reliquias universitarias y se me vinieron tantas cosas a la cabeza, que no podía dejar de escribirlas: tantas personas que pasaron por mi vida en los últimos 6 años y cada una, con su propia magia, fue dejando una huella, un consejo, una lección o lo que fuese que tuviera para ofrecer, y estoy segura de que Dios tuvo buenas razones para ponerlas en mi camino.


Febrero de 2003: vaya que fue un comienzo difícil. Yo acababa de aterrizar, venía desde Alemania con una mochila gigante llena de experiencias inolvidables, me costaba creer que hacía tan sólo dos meses que había dejado mi ciudad natal para cruzar el charco y descubrir las maravillas del Viejo Continente. Todo se veía tan triste desde esta nueva perspectiva, era inevitable comparar cada situación, cada camino, cada actitud... Estaba desconcertada y por si fuera poco, tenía que enfrentarme sola, pequeña e indefensa a una manada de jóvenes desconocidos, que no querían más que ganarse un lugar en las primeras filas de esos anfiteatros oscuros y helados por las mañanas, tibios y malolientes por las siestas. Me costaba entender las diferencias entre ellos y yo: ellos eran extraños seres que parecían conocer las reglas que había que seguir y yo me empeñaba en permanecer fuera, era testigo silencioso de su normalidad.


Pasados ya algunos meses en los que sobreviví en compañía de hojas amarillentas, lápices de trazo grueso y libros remendados de la biblioteca; apareció en mi camino una charlatana divina, que tuvo el tupé de interrumpir mi sagrada media hora de estudio previa a la clase de Álgebra. La Pao, tan divertida y alegre fue capaz de robarse algunos minutos de mi atención y entre charla y charla terminamos descubriendo que ¡habíamos sido vecinas toda la vida! Teníamos 17 años, o a lo sumo 18 recién cumplidos y empujadas tal vez por nuestras marcadas diferencias y algunas similitudes, nos fuimos convirtiendo en buenas compañeras de viaje, confidentes, grandes amigas y a ella le voy a estar siempre enormemente agradecida por haberme empujado a ver la otra cara de la vida universitaria: la gente. De su mano conocí muchas personas con historias bien interesantes, otras sin mucho para ofrecer, pero lo más importante fue salir de la burbuja imaginaria que me protegía y a la vez me hacía tan vulnerable.

En la foto llevábamos ya tres años de amigas:















Si bien algunas de las chicas del secundario habían ingresado conmigo a la Facu, teníamos diferentes horarios, distintos intereses y rara vez nos reuníamos a estudiar. Creo que a ellas no les gustaba mucho que yo no siguiera el ritmo “normal” de la gente de nuestra edad, pero el tiempo se encargó de acortar las diferencias y volvimos a entendernos. Así como yo conocí a Paola, ellas conocieron a Amne y poco a poco nuestros tiempos nos fueron llevando a pasar más tiempo juntas. Fuimos compañeras en varias materias y casi sin darnos cuenta formamos un productivo grupo de estudio las tres: Amne, Paola y yo. Tardes enteras entre pilas de libros, apuntes y ejercicios de matemática. No faltaban los bizcochuelos de Paola, mis mates y las galletitas Ser con las que tanto insistía la Turca. ¡Qué lindos momentos!

La foto es de mi último cumpleaños, Amne es la de la izquierda y la de la derecha, la Ye, una de mis más viejas amigas del colegio. ¡Nos conocemos hace algo más que 15 años!

















Agosto de 2004: El tiempo pasó rápido y llegó el momento de separarnos, las chicas habían optado por la carrera de Contador Público Nacional y yo por la de Licenciado en Economía. El cambio fue enorme: las multitudes desaparecieron, la incansable repetición de ejercicios formaba ahora parte de la historia y para no perder la costumbre, ahí estaba, solita yo y mi alma, enfrentando el miedo a lo desconocido, intentando descifrar los nuevos códigos de este reducido número de personas que se reunían en la misma aula todas las mañanas a las 8:00 y se sentaban diplomáticamente en sus mismos bancos. No fue nada fácil ser de nuevo la chica con cara de grande de la primera fila, pero la primera materia pasó entre tropezones y llantos y el 2004 llegó a su fin.

Marzo de 2005: Otra vez la misma sensación, pero aminorada por las tardes en las que me volvía a encontrar con mis compañeras de estudio para cursar Derecho Comercial I. Otra vez rogar por conseguir un lugar en la clase, otra vez el amontonamiento de gente que aunque desagradable, me hacía sentir que estaba en tierra conocida y eso me daba cierta tranquilidad. Justamente esta materia fue la que me acercó a los que serían mis nuevos compañeros de viaje: la gente de la Licenciatura. Después del primer parcial era tal el desconcierto que me animé a preguntarle a una chica alta de ojos claros que siempre esperaba afuera del aula a que llegara la Profe Mirabella, cómo le había ido en el examen, ya que había notado que éramos compañeras de comisión por las tardes. Alejandra, muy simpática, me contestó que no sabía y así entablamos una conversación: esta vez había sido yo la interruptora de rutinas; si me hubiese visto la Puli... Al rato llegaron sus amigos: Guille, Bruno y Vanesa. Los tres me saludaron con total naturalidad, pero la más espontánea fue la Vane: una chica del interior, sencilla, buena gente, simpática, solidaria y divertida, muy divertida. Tanta fue nuestra espontaneidad que al fin de semana siguiente, yo emprendí mi primer viaje a Lules, sin tener más referencia que la Escuela Cabo Méndez y sin tener la más mínima idea de lo que iba a encontrar allá. Claro, yo no había salido nunca en colectivo a los alrededores de San Miguel, pero era audaz y había viajado sola por Alemania a los 17 años, sin hablar una palabra en Alemán y con el Inglés más pueblerino de todos los tiempos, así que pensé: “no puede haber nada de malo en ir” y me subí al Provincial de Reducción.

En la foto estamos con Alejandra, Vanesa y Guillermo (falta Bruno), hace algunas semanas atrás:











El 2006 fue un año muy particular. Promediando la carrera, cada vez éramos menos, se empezaban a notar las ausencias y las nuevas caras. En medio de los grandes grupos, me llamó la atención una parejita que andaba solitaria por los pasillos y que parecía tener mis mismas prisas. No tardé en descubrir que eran sólo excelentes amigos y compañeros: la Flor y el Iki. Primero la conocí a ella: una siesta de invierno estábamos aparentemente en las mismas circunstancias, esperando en el bar a que comience alguna clase de la tarde. Antes de pedir mi té con galletitas, me acerqué a su mesa a preguntarle si podíamos compartirla. Ella, levantando la mirada por encima del diario que leía, me dijo que sí, pero no la noté muy convencida. Por algo la habíamos apodado “la solo yo” con las chicas. Tuvimos una charla introductoria y casi sin darnos cuenta, a las pocas semanas estábamos envueltas en confidencias y risotadas. El Iki vino después, y el tiempo se encargó de convertirnos en “los de la fila de adelante”. No había clase en la que no estemos ahí, el uno para el otro, siempre en la primera fila. Pero cómo me molestaba cuando estos dos se ponían a charlar como si tal cosa, delante del profesor y sin guardar en absoluto las formas. Cuántas veces habremos caído en la misma bolsa y cuántas preguntas habrán sido inesperadamente dirigidas a nosotros a modo de prueba. Lo mejor de todo era que siempre teníamos algo para responder, al menos alguno de los tres. Fuimos un buen equipo.

La foto también es de mi último cumpleaños, y Guille está repetido:


Los dos últimos años de mi carrera fueron menos importantes que los primeros cuatro, al menos en lo que respecta a relaciones interpersonales, así que aquí se termina esta pequeña historia de lo que fui y de los que fueron, son y serán mis mejores recuerdos del paso por la UNT.

Quiero, de Jorge Bucay